Relato Gregorio Sosnava Sánchez
Con
mucho gusto les compartimos la segunda entrada a este blog, en esta ocasión les
presentamos un relato que el señor Gregorio Sosnava Sánchez dio cuando aún
estaba en vida, esperemos que les guste así que adentrémonos en la historia.
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| Foto del libro "El vaho de las animas y los ecos de los cristeros" |
Por
aquí se escuchaba a la llorona, primero de noche y después hasta de día. Todos
se preguntaban ¿por qué?, y a los dos meses empezaron los combates de Villa en
Celaya. Después de que paso eso, mucha gente se alzó pal`, cerro, y es que
después de los primeros combates cayo, una epidemia del cólera; se dormían
guenos y amanecían muertos. La gente de aquí y del Organal, mucha se fue pa'
Querétaro por Santa María Magdalena, por eso cuando es la fiesta de Ojo Zarco
día 1º de diciembre se lo llevan y el último lo vamos a encontrar, son como
hermanos.
La
gente del Organal y el Cerrito estaban unidos, y es que Organal vivía una
mujer, en medio del pueblo de Ixtla y Los Borditos. Esa señora tenía un hombre
que le cuidaba su ganado y su propiedad mientras ella salía como a eso de las
cinco de la tarde y no se sabía a qué hora regresaba. Así que el asistente
curioso decidió espiarla para qué hacía. Al llegar, aquella mujer traía una mantada
-un guangoche de cuero-, era la una de la madrugada. Aquel hombre salió y ella
le preguntó "Por qué me espía".
La mujer traía en el guangoche mucho dinero y
amenazó al hombre diciéndole que si la delataba a él y ella los matar. Que
mejor no dijera nada, a esa mujer que por esos caminos ponía unos hilos de
entre las ramas y les dejaba unos cigarros prendidos, colgando les salía a los
arrieros unos metros adelante de donde estaban los cigarros, y les decía:
-No
avancen porque aquellos hombres los esperan pa' matarlos mejor dejen su
cargamento y regresen por donde vinieron o avancen y mueran.
Así que
aquella mujer robaba mucho. Tiempo después la mataron en Querétaro, y la conocieron
como La Carambada. Ella tenía una capilla con una cruz muy antigua la cual se
llevaron pa' Carrillo (Querétaro).
Es
que muchas cosas pasaron aquí, como los del Cerro, cuando mi hermano Canuto iba
por arriba del cerro gritó una niña:
- ¡Mira
lo que está ahí! -y mi hermano se volvió y vio a un soldao que estaba escondido
amarrándose un zapato, él dijo:
-Señor
de Ojo Zarco si me concedes matar a este soldao, te prometo danzar en tu fiesta
de concheros todo el tiempo que tenga de vida.
Mi
hermano agarró unas piedras y de un piedrazo tumbó al soldao que estaba junto a
unas taponas," y que ya le estaba apuntando con la carabina. Lo llevó
parriba del cerro y luego llegaron mis tíos y le preguntaron ¿Qué había pasao? Canuto
les dijo que "El soldao lo quería matar". Le preguntaron al soldao
que quién le dio el piedrazo y él dijo que un muchacho como de doce años. Ése
era mi hermano Canuto. Entonces ordenaron mis tíos a Canuto que matara al soldao
y éste le pidió una última voluntad, que lo mataran con su misma arma y mi
hermano lo mató.
Lo bajaron a cabeza de silla y lo colgaron del
capulín, cuando llegaron más soldaos, a causa de esto los dejaron entrar, y a todos
los mataron y los colgaban en el capulín. Entonces el gobierno venía cada vez
más bravo y tuvieron que remontarse más arriba.
Las primeras
veces la gente se escondía en las peñas del Tangano, que estaban cubiertas por
nopales tazajos y los soldaos no los veían en las cercas dobles, una mujer
salió con su criatura y ésta ya estaba muerta: se ahogó con el pecho que la
madre puso pa' que no llorara y no le delatara. En una ocasión que íbamos huyendo
pa' Tierra Blanca, encontramos a una mujer con una criatura que le estaba mamando
el pecho por tanta hambre, sólo que la mujer ya estaba muerta. La tocamos y estaba bien tiesa, pero no
podíamos llevarnos a la criatura ahí se quedó.
Cuando
el gobierno cayó del lado de la Peña Colorada, nos escondimos en una cueva y
con nosotros estaba el que venía a vender tinajas. Éste se quedó más a la
entrada de la cueva y el gobierno lo mató por una bala que rebotó en la pared.
Tres
días después de esto, el gobierno trajo un cañón y lo disparó del Capulín al
centro del Tecolote, pero se cebó porque uno del pueblo corrió y le quitó la mecha
al cañón. El gobierno enfurecido lo subió al cerro de La Mesita y de ahí sí lo disparó
a la Peña Colorada derrumbando unos peñascos.
Entonces,
los soldaos le tumbaron los techos a la capilla y algunas paredes, y fue cuando
al señor de Ojo Zarco, un soldao desde la puerta del templo le disparó al
pecho, pero sólo le voló dos dedos de la mano, y es que en su capilla se
orinaban, cagaban y violaban a las mujeres frente al santito. En esos tiempos
los soldaos quemaron todas las casas de romerillo, tumbaron las matas de
aguacates y las cercas dobles, ¡quebraron todo! Así que la gente hacia tortillas
con las espigas molidas de la hierba de lengua de vaca y con las hojas las hacían
como quelites y eso y otras hierbas era lo que comían.
Con
los soldaos hubo muchas bajas porque en una ocasión dejaron al gobierno entrar
hasta arriba y los de1 Cerro hicieron un hoyo como de 18 metros en las cuatro
esquinas Junto a la capilla pinta; el cual taparon con carrizos, tejas de barro
y tierra, entonces le cargaron al gobierno y lo hicieron correr como un kilómetro
hasta que cayó en el hoyo y ahí los acabaron a todos. A veces los dejaban llegar
al sabino donde nacía el agua y de todos los cerros les tiraban y los mataban: el
agua iba roja de pura sangre, y a todos los soldaos muertos los iban a colgar
al capulín.
Este
árbol estuvo a punto de secarse de tantos que colgaron. Hubo un soldao que no se descompuso, sólo se
secó y los jicotes hicieron panal en él, salían por la boca y por la cola. Los
coyotes que tragaban tanta carne, estaban nomás el aulladero de coyotes todos
entre pelaos, y es que de los del Cerro, cada uno tenía un centinela.
En
el cerro Liso del lado oriente había uno, en la Peña Colorada, en el cerro de
la Rosa, en la Rochera, en éste estaba el general Fortino Sánchez que se fue
con los del Cerro, Próspero y Jesús Jiménez, hermanos, eran los que ordenaban
de centinela a centinela. Fortino Sánchez era del rancho de Palo Blanco y una
vez mandó a siete soldaos con unos inditos del pueblo porque ya le daba lástima
matar a tanto soldao. Estos inditos vivían en el callejón de la Polvareda y les
decían los Molindinguez, uno de estos hermanos salió con cuchillo en mano y sin
decir nada les clavó el cuchillo uno a uno a los soldaos hasta matar a los
siete. Cada vez que picaba uno, se pasaba la hoja del cuchillo entre los
labios, pa' limpiarlo de la sangre.
Esto
paso por aquí y en los alrededores como cuando Próspero y Jesús iban rumbo al
Batán, a la hacienda. Por donde pasaron había una boda, éstos se robaron y se llevaron
a la novia. Porque a uno de ellos le gustó por bonita, ya habían intentado
robar esa hacienda dos o tres veces, y no podían porque tenía mucha gente bien
armada, pero en esa ocasión encontraron zacate y con un carro de mulas cargao
lo arrimaron a la puerta y la quemaron. Entraron y mataron a todos, por donde
escurre el agua, escurría sangre a chorros, todos los del Cerro que llevaban
caballos malos los dejaron y se trajeron los del patrón; echaron las vacas
fuera y se las trajeron, les dieron aviso a todos los del Cerro y a quien les faltaba
se llevan las que les faltaran.
Cuando
mataban la vaca, curtían el cuero y con dos o tres cueros hacían sus casas en
el cerro. Así vivían: se comunicaban con disparos, uno, dos, tres, según de
donde viniera el gobierno, por eso no les podían hacer nada, bien organizaos y
con armas del mismo gobierno; aparte eran buenos tiradores, porque cuando
acabaron a los regimientos, venían dos soldaos a una distancia de dos
kilómetros y uno tocó la corneta para reunirse con el otro batallón y uno desde
el cerro con un 30-30 ochavado le disparó y lo mató a esa distancia.
Eso
pasó aquí que ahora se llama San Miguel de Ixtla, porque Ixtla está más abajo y
decían que se llama así porque cuando llegaron los españoles y vieron que había
dos islas así lo llamaron porque no podían pronunciar su nombre original. Otros
que ya murieron decían que aquí vivía un rey otomí que se llamaba Ixtla, ahí
por las peñas del Tángano, y que vivía en cuevas pero que un día, sin dejar
rastro alguno, desapareció con toda su gente, porque este cerro tenía mucha
agua y había un túnel por donde el rey viajaba.
Biografía:
José Cervantes Gómez “EL VAHO DE LAS ANIMAS Y LOS ECOS DE
LOS CRISTEROS”
Viterbo 2008 pág. 119- 124




